domingo, 27 de noviembre de 2016

Un domingo


Era domingo, amenazaba lluvia pero daba igual, nosotros, los enamorados de la luz, de la imagen nos encaminamos a plasmar la idea que tenemos del mundo. Seis enamorados de la vida, de la imagen, de nuestras cámaras...

Y esta es mi aportación personal. solo esta...















lunes, 7 de noviembre de 2016

Siempre me apasiono la historia


Y aunque en estos momentos prefiera inventarla, me sigo entusiasmando cuando recorro un monumento, unas ruinas, un vestigio. He aprendido a volcarme en los detalles, en buscar ese milímetro, esa esquina que me inspire para encontrar la senda de la historia.

Esa historia dentro de la cual me siento insignificante y quiero buscar una sola razón que explique mi existencia y mi presencia en ese momento.

Y amo encontrarme con ella en la soledad de un instante o con la presencia de unos ojos que siento cercanos aunque no estén allí conmigo.

Una historia que es la razón de mi vida y a su vez de este mundo irracional que me toca vivir.

Después de mi visión personal de este Monasterio os dejo un poco de su historia.

Bienvenidos al Monasterio de Veruela, un Monasterio fundado a los pies del Moncayo para ser la morada eterna de los Reyes de Aragón y que después de una rocambolesca historia pasó de ser un intento de Catedral a una maravillosa Iglesia que ante la invocación de la Virgen María corrió un camino paralelo a la historia de esta tierra.






















En 1141 Pedro de Atarés junto con su madre donaron los valles de Veruela y Maderuela, en torno al río Huecha y a escasos kilómetros al noroeste de Borja, a los monjes franceses de la Abadía de Escaladieu para que se fundase un monasterio bajo la advocación de la Virgen María. Sin embargo, la orden del Císter no dio el permiso para que se procediese a la fundación hasta 1146, siendo por consiguiente el monasterio cisterciense más antiguo de Aragón. 

La donación fue confirmada en 1155 por Ramón Berenguer IV.

Los monjes cistercienses encontraron en los entonces frondosos bosques del somontano del Moncayo el silencio y la soledad que su regla monástica exigía, además de otros elementos fundamentales para la vida cisterciense: piedras (las canteras de la zona) y agua (la del río Huecha o La Huecha). Ese río fue, precisamente, el eje de la articulación del señorío verolense. Veruela como señor de vasallos poseía las localidades de Ainzón, Alcalá de Moncayo, Bulbuente donde poseían el Castillo-Palacio de los Abades de Veruela, Litago, Pozuelo de Aragón y Vera de Moncayo, además de poseer una granja en Magallón (la conocida como Granja de Muzalcoraz), sin olvidar que hasta 1409 poseyó también Maleján. Todas estas posesiones convertían a la institución señorial de Santa María de Veruela en el gran señor del Valle de La Huecha y de las actuales comarcas de Borja y Tarazona.

Veruela fue abandonada por los cistercienses en 1835, cuando la desamortización, lo cual propició la destrucción y el abandono del cenobio. No obstante, una junta de conservación formada por gentes de Borja y Tarazona impidieron su ruina total y merced a la creación de una hospedería pudieron conservar el monumento. A dicha hospedería acudieron durante la segunda mitad del siglo XIX la alta sociedad zaragozana e ilustres personajes como los hermanos Bécquer, Gustavo Adolfo y Valeriano –el pintor–; ambos encontraron en Veruela un lugar romántico por excelencia que inspiró muchos pasajes de sus obras, en especial la colección de cartas de Gustavo Adolfo reunidas y publicadas con el título de Desde mi celda, y buena parte de la colección de grabados de Valeriano. Es evidente que la presencia del poeta ha otorgado a Veruela la universalidad de la que hoy disfruta, algo que no consiguieron ni la larga presencia cisterciense entre 1145 y 1835, ni la estancia jesuítica en el periodo de 1877 a 1975.

miércoles, 2 de noviembre de 2016

Abrí los ojos y suspire.



Nunca jamás había respirando tanta quietud como en este momento. Cerré mis ojos otra vez y me concentré en mis oídos. Poco a poco descubrí el rumor del viento, la música de los pajarillos, el arrastrar de las hojas.

Un día más.

Déjame soñar con la quietud de este instante, de este momento, de esta mirada.

Te abracé y mi susurro se transformó en ira solo en un instante.
¿dónde estabas? ¿cuándo habías desaparecido?

Y fingí no conocer la respuesta.


Tu eras yo y yo era tu…












A menos de una hora de casa el otoño eclosiona con sus maravillosos colores y aromas. El Moncayo se prepara para acoger la nieve en su seno y añora los días de viento y frio a los que está acostumbrado.

Dentro de poco, nieblas y escarcha acompañaran las hojas caídas. Mientras tanto aprovechemos esta explosión de colores.