sábado, 5 de noviembre de 2022

El Caro



Una mañana de domingo pusimos rumbo a Montcaro. El tiempo amenazaba brumoso y la bufanda de niebla acariciaba la cima. Esa bufanda que nos aventura la llegada del viento procedente de mi tierra, Aragón.

Pese a ello, comenzamos la subida poco a poco, admirando ese paisaje que me fue tan familiar unos años atrás. Algunos árboles no perennes comenzaban a teñirse de amarillo anunciando la inminente caída de sus hojas.

Aún pudimos encontrar algunos momentos de sol y nubes al principio del camino, después fueron todo nubes hasta invadirnos la ya nombrada niebla. Una niebla que al igual que nuestras creencias nos impedía ver lo que teníamos unos metros más allá.

Y así, asomado a ese paisaje que aunque ahora estaba borrado por la niebla conocía tan bien, mi mente comenzó a evadirse, primero viendo un paisaje cargado de recuerdos en los que asomaban como escenas aisladas, personas y sensaciones hasta convertirse en un sueño distanciado de la realidad más absoluta.

Entonces dejaron de tener importancia mil cosas que me preocupan cada día y comencé a embriagarme con una sensación de quietud y tranquilidad como hacía mucho que no recordaba.

Estaba sincronizándome con la tierra a través de aquel paisaje blanco e inexistente que poco a poco me inundaba el alma, deje de sentir mis manos y el viento que azotaba mi cara, incluso mi mente me abandonaba relajándose poco a poco.

Y recordé esa canción que decía “soñé que era aire” mientras volvía a este mundo que nunca debí abandonar, a partir de ahora echaré de menos cada día ese paisaje blanco, eses nubes que me acercaron como nunca antes lo habían hecho a ti…
















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