sábado, 25 de febrero de 2012

CABALLOS


“Platero es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, que no lleva huesos. Sólo los espejos de azabache de sus ojos son duros cual dos escarabajos de cristal negro. 

Lo dejo suelto, y se va al prado, y acaricia tibiamente con su hocico, rozándolas apenas, las florecillas rosas, celestes y gualdas... Lo llamo dulcemente: ¿Platero? y viene a mí con un trotecillo alegre que parece que se ríe en no sé qué cascabeleo ideal...

Come cuanto le doy. Le gustan las naranjas mandarinas, las uvas moscateles, todas de ámbar; los higos morados, con su cristalina gotita de miel...

Es tierno y mimoso igual que un niño, que una niña...; pero fuerte y seco por dentro como de piedra. Cuando paso sobre él, los domingos, por las últimas callejas del pueblo, los hombres del campo, vestidos de limpio y despaciosos, se quedan mirándolo:

—Tien’ asero...

Tiene acero. Acero y plata de luna, al mismo tiempo.”

Así definía Juan Ramón Jiménez en su prologuillo a Platero, Yo heme aquí con mi amigo Joaquín de camino a una hípica. Vamos a fotografiar caballos. Al llegar todos vienen a recibirnos, son como Platero, con esos profundos ojos negros, con esa curiosidad innata que me recuerda, como a Juan Ramón, a un niño. Se acercan pero no te tocan, sus enormes caras te olfatean, te miran, incluso creo que te hablan en silencio.

Me encanta estar rodeado por ellos, ya tengo dos delante, otros tres detrás, uno al lado y los siento, creo que me entienden cuando les hablo, observan mis movimientos, les agradan mis incansables caricias, sus pasos precisos, sus movimientos perfectos, creo que en mi próxima vida desearía ser caballo.

Por ahora me quedo solamente con sus imágenes. A partir de ahora os añorare.




























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