Un año más, Peñíscola se enciende para celebrar la llegada de la Navidad. Su castillo, centinela de otros tiempos, se desprende por unas noches de su rigor medieval y deja que el poblado marinero respire luz.
Las calles, bordadas con miles de destellos, nos conducen suavemente hasta el abrazo del Mediterráneo, que aguarda sereno al final de cada esquina.
Dentro de la fortaleza, donde la piedra conserva el rumor de los siglos, la historia se abre como un libro antiguo dispuesto a ser leído. Caminamos entre sombras y resplandores, entre recuerdos que se despiertan y sueños que parecen recién nacidos.
Y allí, asomados a un mar que no conoce el olvido, dejamos que su azul infinito nos envuelva, como si cada ola y cada luz fueran también parte de nuestra propia memoria.
















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