lunes, 28 de agosto de 2023

El mar nunca podrá vivir sin Peñíscola



En el enorme acantilado que sostiene Peñíscola, existe una brecha entre las rocas por la que el mar “respira” en los días de temporal. La llaman El Bufador, y es el mejor testigo de la historia de amor entre el Mediterráneo y uno de los oasis históricos más importantes de nuestro país. 

Cuando paseas por el laberinto encalado de puertas azules el mar siempre se asoma, curioso, a través de tantas formas como alturas: arriba, abajo, en un torreón del mítico castillo de Papa Luna, espiando entre las almenas, por ese ojo de buey, desde cierta callejuela.


Una de las tres puertas de acceso a Peñíscola.


Puedes hacerlo a través del Portal Fosc, resultado de la eclosión renacentista de este pueblo en el siglo XVI; por la Puerta de Santa María que antaño permitía el paso de los carros cargados de naranjas o, especialmente, el Portal de Sant Pere, el mayor capricho del Papa Benedicto XIII, más conocido como Papa Luna y responsable del esplendor de este antiguo bastión templario. Pero no nos adelantemos.

Aquí se viene a exhalar un suspiro tras ascender por la muralla y contemplar a lo lejos el pueblo blanco que, en algún momento, parece que vaya a despeñarse de tanto asomarse al mar. “Apartamentos Mykonos”, “Restaurante Santorini” y otros nombres griegos en los establecimientos, como si Peñíscola quisiera medirse con las vecinas Cícladas. 

Si levantas la cabeza descubrirás los exquisitos diseños de cerámica de sus balcones, el gato durmiente junto a la puerta azul de Casa El Far o las escaleras de una empinada calle donde los vecinos se han permitido almacenar todas las plantas posibles sin miramientos. Y no, el mar no ha dejado de espiarte.

La Bruja es una pintoresca tienda de souvenirs y la Sala de Arte Tiziano, alojada en una casa tradicional, el rincón secreto donde el mar deja un rastro de conchas, cuadros y piezas de artesanía única. La Plaza de Santa María desvela lugares secretos y otros más trillados, sus tabernas de turistas, pueblo abajo está el Museo del Mar. Para los interesados en la historia de Peñíscola, este museo es perfecto a la hora de sumergirse en la historia, el legado de tantas redes o los motivos por los que “Peñís-cula” ha sido uno de los lugares referentes de España para el cine y su star-system.

Sofía Loren y Charlton Heston, protagonistas de El Cid, se pasearon por sus calles en 1961; Luis García Berlanga filmó aquí su París Tombuctú; El chiringuito de Pepe –local que aún se mantiene a las afueras de la muralla– sirvió de referente para la famosa serie de 2014, y los protagonistas de Juego de Tronos se disputaron aquí el control de Poniente en la sexta temporada de la serie.

Si continúas el paseo desde el Museo del Mar descubrirás la iglesia parroquial, de estilo románico y eclipsada por los grandes tótems culturales de Peñíscola; o a los instagrammers curiosos posando en la Casa de las Conchas, otro de los iconos de Peñíscola. Esta vivienda de puertas azules cuenta con una fachada totalmente forrada de pechinas y una historia aún más tierna, ya que fue lugar de residencia de Timoteo y Justa, un matrimonio con 3 hijos que, en los años 50, se dedicó a mostrar los encantos de Peñíscola a los turistas a cambio de la voluntad. Con el tiempo, los considerados como primeros promotores de la actividad turística del pueblo se hicieron con una casa en la calle Farones que cubrieron con conchas como prueba de su amor por el mar.










































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