Qué difícil es decir adiós. Todos estamos acostumbrados a la vida y no pensamos, o no queremos pensar en lo que seremos unos años más tarde.
Unos son prevenidos, sensatos, también los hay necesariamente calculadores. En él no-tema de la muerte volcamos nuestra forma de ser, de pensar e incluso de vivir.
Los hay que preparan grandes efigies para sus restos, otros, en cambio, no quieren, o económicamente no pueden, más que pensar en un hueco, también los hay que creemos innecesario ese espacio y que nos va más el recuerdo que se va estirando como un hilo hasta desaparecer de la vida, porque no creemos en homenajes ni en lugares, nos basta un recuerdo fugaz que desearíamos que se completara con una sonrisa.
Pero lo que es innegable es que me encanta recorrer los cementerios. Y no es para buscar nombres o personas, tampoco para ver el monumento más merecedor de mi admiración, es porque al recorrerlo veo la realidad humana.
Esa realidad que desaparece en el último estertor y a la que le trae completamente de lado lo que has hecho y lo que has amasado durante toda tu vida. Por eso da igual que en ese momento tengas la mejor tumba de todo el cementerio, un pequeño hueco o te estén preparando la incineradora, todo ya te da lo mismo.
Cruel destino es el de las personas que esperan que las honren después de muertos por la categoría de su tumba, al final será una anécdota y seguro, te puedo asegurar que por más grande y excelente que sea, te servirá igual o incluso peor que una sola lágrima derramada por un niño que se angustie pensando en que ya no estas….